LA PREHISTORIA DEL COUNTRY NÁUTICO EN TIGRE

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Ni barco, ni residencia en tierra firme: la casa flotante de Oliveira Cézar, una rareza de hace más de un siglo en el Delta.

“Lejos del mundanal ruido, entre los bosques de pintadas flores y de tupidas ramas de gigantes árboles, donde el ambiente es aroma y donde la naturaleza armoniza con las auras, el gorjeo de las canoras aves, sobre las tranquilas aguas del llamado río Luján, se mece, marcha o se detiene, al impulso y voluntad de su dueño y señor, el teniente de navío Oliveira Cézar, una preciosa casa flotante llamada La Cautiva, en recuerdo, sin duda, del gran poema argentino.”

Con esta descripción del actual río que separa las islas de “tierra firme” en el Tigre, en 1907 la revista Caras y Caretas presentaba, a toda página, una verdadera curiosidad de su época, y también de la nuestra: la casa flotante del teniente Daniel Oliveira Cézar.

Para facilitar su desplazamiento por las aguas interiores del Delta del Paraná, esta casa apenas calaba 75 centímetros, lo que la asemejaba más a una balsa que a un barco. Medía cuatro metros cuadrados.

Es interesante que el periodista de hace ya más de un siglo utiliza la doble nomenclatura de “largo y manga”, en lugar de “largo y ancho” o “eslora y manga”, como queriendo mostrar esa dualidad de algo que normalmente está en tierra (una vivienda) pero que, en este caso atípico, flota y se mueve a gusto del capitán (una embarcación).

No obstante, puede que haya sido gran cronista (el artículo es anónimo) pero, de seguro, no sabía medir muy bien, ya que las comodidades eran por demás amplias como para caber en un cuadrado de cuatro por cuatro. De hecho, nos parecía muy sospechoso que un militar tuviese una vivienda tan pequeña, pues no es lo que se estilaba en esa época.

La curiosa residencia sobre el agua contaba con un gran salón comedor, tres camarotes con dos cabinas en la parte baja más otro camarote en la parte alta con cuarto de baño y “aguas corrientes que surgen naturalmente del río”. El hall tenía capacidad para veinte personas (olvídense de los cuatro metros cuadrados). En un pañol, Oliveira Cézar guardaba elementos de colección: armas curiosas y municiones de caza.

Había sido construida en un astillero de la Boca del Riachuelo y llevada hasta el río Luján, donde fue fondeada, en diciembre de 1906. Durante ese verano, el teniente la había habitado de continuo junto a su esposa y a su hijo José Antonio. “Nada más pintoresco, agradable y cómodo: baños, música, aire sano, panorama encantador”, agrega el periodista con casi un poco de envidia. Y recuerda que la idea no es nueva, aunque no cita ejemplos de nuestro país, sino alude vagamente a la época primitiva y a novelistas que sacaron provecho de estas viviendas para sus obras (¿?)

La casa flotante de Oliveira Cézar (foto: Archivo General de la Nación) nos parece el antecedente más remoto de los countries náuticos que revolucionaron el Tigre moderno. Eso sí: había que atarla para que no se la llevara la correntada.

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